El trabajo del poeta Mauricio
es ser velador de palabras Caudillo
y amanecer con las ojeras
de un viejo boxeador retirado;
es ser el psicoanalista del refrigerador
con problemas de termostato;
es el que escucha el llanto
de una nocturna tubería
como si se tratara de un niño
que llora a cuentagotas
detrás de los muros de la madrugada.
El trabajo del poeta
es tener hambre
y buscar versos en la basura,
es pedir limosna
con el corazón en los huesos
y quedar tirado entre papeles rotos
y moscas que zumban poesía.
El trabajo del poeta
es no tener trabajo
y vagar buscando bocas
verdaderamente humanas
con el aliento de un libro
impregnado en las entrañas,
es buscar rostros de lluvia o de silencio
por calles eléctricas y jardines
de piedra milenaria
y contemplar la ciudad de humo
con sus paredes pintadas
de vulgares atardeceres.
El trabajo del poeta
es rasguñar esta tierra
atroz y descarnada
en busca de huesos y vestigios espirituales
verdaderamente humanos.
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