Tema Libre
Cualquier idea o pensamiento que escriba un ser humano en un papel, salvo por la barrera del idioma, puede ser entendido por otro humano - pensó María a los 13 años, justo antes de posar la punta de su bic negra en su cuaderno de doble raya.
Su maestra había dejado la tarea de escribir un ensayo o una historia que compartirían en el salón con todos sus compañeros, ¿el tema? libre, si se trataba de una historia el único requisito era contar con las especificaciones o descripciones necesarias para que todos pudieran entenderla.
María pese a la gran imaginación que había demostrado antes improvisando cuentos para sus hermanos menores, no sabía cómo iniciar su historia, este requisito impuesto limitaba su creatividad y le hacía arrugar la frente en señal de disgusto.
-Se supone que todos podemos entenderlo todo, ¿no? Yo no puedo entender a un lobo, porque no tengo garras, ni cola, ni ando en cuatro patas, ni se hablar en lobo, pero puedo entender perfecto lo que dicen mis amigos y mis papas, porque son igual que yo ¿de qué descripciones habla la maestra Lucrecia? ¡Qué ilógico! -Haciendo esta reflexión se decidió por un ensayo, respiró hondamente y comenzó a escribir.
Al día siguiente cuando la maestra Lucrecia disfrutaba historias acerca de niños con superpoderes, zombies alados y videojuegos vivientes a la hora de revisar las tareas, se encontró con el trabajo de María, cerró los ojos un momento y pudo ver como se quebraba en finos pedacitos una impoluta máscara cristalina que antecedía su cara.
Ese día Lucrecia decidió un encuentro con Javier, un amigo de su esposo que había visitado su departamento en varias ocasiones y en cada una, sutilmente, le había dejado saber su deseo por poseerla. Era la primera vez que lo engañaba. Con el cuerpo hirviendo, en medio del frenesí Lucrecia le contó a su amante la repentina decisión de verlo, le comentó del escrito de María, y al pronunciar su nombre y recordar la cara de su alumna, sintió un placentero espasmo. Javier, sordo por el advenimiento de su culminación, la ignoró.
Cuando su esposo entró al departamento Lucrecia no estaba en la sala mirando televisión como de costumbre, la escuchó canturrear en la cocina y al saludarla notó que estaba recién bañada.
-¿Y ahora, qué te pasó, qué no te bañaste en la mañana?-.
-¿Y ahora, qué te pasó, qué no te bañaste en la mañana?-.
Lucrecia sintió un ardor en el estómago, pero nada más.
–Si, pero necesitaba refrescarme.-
-¿Con este frio?-
-Si , con este frio- contestó con una cálida sonrisa y le estampó un beso en los labios. No sentía ganas de mentir, no tenía culpa, se sentía fresca, transparente, reanimada, dispuesta a contestar sin reparos la verdad en caso de haber más preguntas, incluso una parte de ella deseaba que su marido las hiciera.
Cuando llegó la hora de dormir, Lucrecia seguía en el estupor que la había asechado desde que salió esa mañana de la secundaria. Sentía su piel como si le hubieran quitado una capa de insensibilidad y ahora pudiera sentirlo todo por primera vez.
No dudó en explorar a su marido con esta nueva sensación, recopiló todas sus formas en la palma de sus manos, quiso sentir cada textura del cuerpo en sus labios y siguió todos los impulsos que se le presentaron por muy extraños que fueran, oler sus dientes, lamer su cabello, escuchar su sexo, hasta que llegó la mañana. La maestra de español no pudo evitar pensar en María en cada orgasmo que tuvo. Cinco veces vio la carita de su alumna esa noche.
Ya en el salón de clases pudo salir de su estupor concentrándose en sus deberes, aunque no evitó dejar sus ojos en María un par de minutos.
María gracias a la influencia de sus padres, cultivaba pensamientos versátiles y precoces, aunque empañados con puerilidad. Había desarrollado una empatía universal, unificadora, sin clichés. Escuchaba más de lo que hablaba, observaba más que lo que escuchaba y no externaba nada ajeno a sus pensamientos.
Cuando sus ojos se encontraron con los de la maestra, María esbozó una ligera sonrisa de cortesía, Lucrecia asumió la sonrisita como de complicidad y no pudo evitar respondérla.
Cuando sus ojos se encontraron con los de la maestra, María esbozó una ligera sonrisa de cortesía, Lucrecia asumió la sonrisita como de complicidad y no pudo evitar respondérla.
Al terminar la clase pidió a María que se quedara un momento, el salón se vació, cerradas las persianas y la puerta, su alumna caminó hacia ella y se detuvo delante del escritorio.
Lucrecia se preguntaba si esta preadolescente entendía el impacto que había causado en su vida, la incomodaba un sentimiento de excitación, provocado por la idea de que María ignoraba totalmente que el día anterior estuvo pensando en ella mientras se invadía de placer. A pesar de lo primogénita que resultaba esta pedofilia, no sentía cuestionamientos, ni conflictos, todo lo había resuelto con anterioridad la narración de esa carita serafínica que ahora estaba delante de ella.
María , ¿en verdad tu escribiste ese texto que entregaste ayer?-
-Sí maestra
-¿En que te basaste?
-En mi-
Antes de que María respondiera la última pregunta , Lucrecia ya se encontraba recargada del otro lado del escritorio que las dividía, no pudo evitarlo y sus manos ya estaban en el cabello de María recorriéndolo hacia atrás como enmarcando su cara.
-¿Puedo quedármelo? Te lo agradecería mucho María-
-Si maestra, puede conservarlo, no creí que le fuera a gustar -
En cuanto terminó de pronunciar su contestación, Lucrecia la abrazó, lo que pudo confundirse como señal de agradecimiento, apreció el volumen de su cara entre sus senos, la invadió una sensación deliciosa y la estrechó aun más, suspiró pesadamente, sintió que le hervía la sangre, tuvo un escalofrío en la entrepierna. Luego de un momento se separaron, Lucrecia sintió el impulso de besarla, se contuvo y en su lugar acaricio los húmedos labios de la menor con sus pulgares, María entreabrió la boca y la maestra percibió la tibieza de su saliva, se estremeció.
En ese momento a l ver la cara aun de niña de María, por primera vez sintió una opresión en el pecho, como deteniéndola, comprendió que lo que había descubierto en ella no sólo era un tacto hipersensible, ahora veía una puerta abierta hacia la plenitud.
Se despidió cariñosamente de su alumna y sintió quererla más que nunca.
Al llegar a su departamento, empacó un par de playeras y pantalones, cambió sus zapatos por unos tennis, tenía la sangre jineteando violentamente su corazón y paradójicamente esto resultaba relajante, era la sensación como la de aflojar las ligas del cabello cuando han sostenido un peinado por mucho tiempo, eso sentía en el pecho.
Caminó por todo el lugar, lo recorrió dos, tres y cuatro veces, a prisa, como buscando pistas para lo que su cabeza a cada paso desenmarañaba.
-Nunca quise casarme- dijo casi gritando, pero sin evidencia de lamentación, al pronunciarlo ya se había perdonado. Su voz tenía la emoción de quien ha descubierto una bolsa de centenarios enterrada en su jardín.
Salió de su departamento , vació todo el efectivo de los plásticos bancarios en su cartera y abandonó la ciudad, si volvería o no era incierto aún para ella, lo único que sabia con certeza y que en su mente pesaba más que todo lo pesable en el planeta era la idea de comenzar a serse fiel.
En su interior se había despertado un vigoroso potro ferviente y resucitado en ansiedad. Lucrecia viajó por destinos inimaginables en todos los sentidos, tuvo numerosos trabajos que esbozaron unos músculos como colinas en sus brazos y piernas.
Errante caminó, se arrastró, corrió, voló, platicó hasta vaciarse, se volvió a llenar, aprendió incontables palabras, experimento lo inefable, comió hasta saciarse, tuvo hambre, aprendió a bailar, a ordeñar una vaca, a cambiar una llanta, explotó de felicidad, quiso morir de tristeza , tuvo amantes como el número de su edad multiplicado por dos.
Su familia la buscó mucho tiempo , gran tristeza los invadió los primeros meses, hasta que comenzaron a recibir mensajes esporádicos contando que estaba bien y no era necesario preocuparse, a veces por correo electrónico, a veces por correo postal.
Fue precisamente por uno de estos medios que la policía relacionó un lazo familiar y fue llamada a identificar su cuerpo.
Lucrecia fue encontrada pendiendo de una cuerda ingeniosamente colgada en el techo de un hotel, en la mano izquierda aun atesoraba celosamente un papel. No se le encontró relación con ninguna persona en esa ciudad, por lo que 3 días pasaron para que fuera identificada por su familia.
Al entregar el cuerpo, su familia también recibió la hoja que Lucrecia llevaba en la mano, estaba percudida con incalculables arrugas y un texto casi imperceptible en el que apenas se podía leer: “Ensayo sobre lo indecible”
Estefanía Contreras Cerón
No hay comentarios:
Publicar un comentario